Escuela italiana o española; tercer cuarto del siglo XVI. “Cristo portando la cruz”. Óleo sobre tabla. Presenta inscripciones en la trasera. Medidas: 69 x 58 cm. La concentración que muestra el rostro de Cristo, con los parpados caídos y la boca entreabierta, exaltan la devoción del fiel, que ante la sobriedad de la escena contempla los últimos momentos de la vida de Jesús. El autor solo refleja el busto del protagonista y parte de la cruz, aunque no solo en su totalidad, reduciendo al mínimo los elementos para crear una imagen de emoción contenida. Una contención que también se aprecia en el tratamiento técnico de la anatomía, donde las manos y el brazo que se ve bajo la túnica presentan la tensión de las venas, cargadas de la fuerza de cargar la cruz. Esta destreza artística también queda reflejada en pequeños detalles como las gotas de sangre que provoca la corona de espinas, que no caen de un modo dramático sobre el rostro, y las lágrimas trasparentes que humedecen las mejillas del protagonista. En este lienzo el autor plasma uno de los momentos más dramáticos del Via Crucis, el instante en el cual Cristo aguanta el peso de la cruz. En este episodio es corriente ver representados a Simón el Cireneo ayudando a Jesús a cargar con la cruz, o a Verónica ofreciéndole un paño para limpiar su rostro de sangre y sudor. Sin embargo, el autor de este lienzo prescinde de estos personajes y no busca más sentido teológico que el del propio sufrimiento y sacrificio voluntario de Cristo en favor de la humanidad. De hecho, esta suprema generosidad queda reforzada por la propia mirada de Jesús, que evita la nuestra, dirigiéndose hacia un lado, hacia algo que no vemos por quedar fuera del cuadro. La pintura barroca es uno de los ejemplos más auténticos y personales de nuestro arte, porque su concepción y su forma de expresión surgieron del pueblo y de los sentimientos más hondos que en él anidaban. Quebrantada la economía del Estado, en decadencia la nobleza y cargado de fuertes gravámenes el alto clero, fueron los monasterios, las parroquias y las cofradías de clérigos y seglares los que impulsaron su desarrollo, siendo costeadas las obras en ocasiones mediante suscripción popular. La pintura se vio así abocada a plasmar los ideales imperantes en estos ambientes, que no eran otros que los religiosos, en un momento en el que la doctrina contrarreformista exigía al arte un lenguaje realista para que el fiel comprendiera y se identificara con lo representado, y una expresión dotada de un intenso contenido emocional para incrementar el fervor y la devoción del pueblo. El asunto religioso es, por consiguiente, la temática más recurrente.
Escuela italiana o española; tercer cuarto del siglo XVI. “Cristo portando la cruz”. Óleo sobre tabla. Presenta inscripciones en la trasera. Medidas: 69 x 58 cm. La concentración que muestra el rostro de Cristo, con los parpados caídos y la boca entreabierta, exaltan la devoción del fiel, que ante la sobriedad de la escena contempla los últimos momentos de la vida de Jesús. El autor solo refleja el busto del protagonista y parte de la cruz, aunque no solo en su totalidad, reduciendo al mínimo los elementos para crear una imagen de emoción contenida. Una contención que también se aprecia en el tratamiento técnico de la anatomía, donde las manos y el brazo que se ve bajo la túnica presentan la tensión de las venas, cargadas de la fuerza de cargar la cruz. Esta destreza artística también queda reflejada en pequeños detalles como las gotas de sangre que provoca la corona de espinas, que no caen de un modo dramático sobre el rostro, y las lágrimas trasparentes que humedecen las mejillas del protagonista. En este lienzo el autor plasma uno de los momentos más dramáticos del Via Crucis, el instante en el cual Cristo aguanta el peso de la cruz. En este episodio es corriente ver representados a Simón el Cireneo ayudando a Jesús a cargar con la cruz, o a Verónica ofreciéndole un paño para limpiar su rostro de sangre y sudor. Sin embargo, el autor de este lienzo prescinde de estos personajes y no busca más sentido teológico que el del propio sufrimiento y sacrificio voluntario de Cristo en favor de la humanidad. De hecho, esta suprema generosidad queda reforzada por la propia mirada de Jesús, que evita la nuestra, dirigiéndose hacia un lado, hacia algo que no vemos por quedar fuera del cuadro. La pintura barroca es uno de los ejemplos más auténticos y personales de nuestro arte, porque su concepción y su forma de expresión surgieron del pueblo y de los sentimientos más hondos que en él anidaban. Quebrantada la economía del Estado, en decadencia la nobleza y cargado de fuertes gravámenes el alto clero, fueron los monasterios, las parroquias y las cofradías de clérigos y seglares los que impulsaron su desarrollo, siendo costeadas las obras en ocasiones mediante suscripción popular. La pintura se vio así abocada a plasmar los ideales imperantes en estos ambientes, que no eran otros que los religiosos, en un momento en el que la doctrina contrarreformista exigía al arte un lenguaje realista para que el fiel comprendiera y se identificara con lo representado, y una expresión dotada de un intenso contenido emocional para incrementar el fervor y la devoción del pueblo. El asunto religioso es, por consiguiente, la temática más recurrente.
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