Escuela renacentista española del siglo XVI. “Catalina de Alejandría”. Medidas: 99,5 x 56 cm. España es, a comienzos del siglo XVI, la nación europea mejor preparada para recibir los nuevos conceptos humanistas de vida y arte por sus condiciones espirituales, políticas y económicas, aunque desde el punto de vista de las formas plásticas, su adaptación de las implantadas por Italia fue más lenta por la necesidad de aprender las nuevas técnicas y de cambiar el gusto de la clientela. La escultura refleja quizás mejor que otros campos artísticos este afán de vuelta al mundo clásico grecorromano que exalta en sus desnudos la individualidad del hombre creando un nuevo estilo cuya vitalidad sobrepasa la mera copia. Pronto se empieza a valorar la anatomía, el movimiento de las figuras, las composiciones con sentido de la perspectiva y del equilibrio, el juego naturalista de los pliegues, las actitudes clásicas de las figuras; pero la fuerte tradición gótica mantiene la expresividad como vehículo del profundo sentido espiritualista que informa nuestras mejores esculturas renacentistas. Esta fuerte y sana tradición favorece la continuidad de la escultura religiosa en madera policromada que acepta lo que de belleza formal le ofrece el arte renacentista italiano con un sentido del equilibrio que evita su predominio sobre el contenido inmaterial que anima las formas. En los primeros años de la centuria llegan a nuestras tierras obras italianas y se produce la marcha de algunos de nuestros escultores a Italia, donde aprenden de primera mano las nuevas normas en los centros más progresistas del arte italiano, fuese Florencia o Roma, e incluso en Nápoles. A su vuelta los mejores de ellos como Berruguete, Diego de Siloe y Ordóñez revolucionarán la escultura española a través de la castellana, avanzando incluso la nueva derivación manierista, intelectualizada y abstracta del Cinquecento italiano, casi al tiempo que se produce en Italia. Mártir cristiana del siglo IV, Catalina procedía de una familia noble de Alejandría. Dotada de una gran inteligencia destacó, muy pronto, por sus extensos estudios que la situaron al mismo nivel que los más grandes poetas y filósofos de la época. Una noche se le apareció Cristo y decidió, en ese momento, consagrarle su vida, considerándose, desde entonces, su prometida. Se negó a casarse con el emperador Maximiano, y sostuvo victoriosamente una disputa con cincuenta filósofos enviados por él para demostrarle la inanidad de la fe cristiana. Furioso, Maximiano la condena a ser desgarrada por una rueda provista de puntas. Ésta se rompe milagrosamente, y Catalina muere finalmente decapitada. Su iconografía es amplia, incluyendo la rueda y la espada de su martirio, el libro que simboliza su sabiduría, la palma que alude a la victoria del martirio y el lirio signo de su virginidad. No obstante, uno de los elementos iconográficos más frecuentes en su representación es la cabeza cortada del césar Maximino, que representa alegóricamente el triunfo de la santa sobre el tirano pagano.
Escuela renacentista española del siglo XVI. “Catalina de Alejandría”. Medidas: 99,5 x 56 cm. España es, a comienzos del siglo XVI, la nación europea mejor preparada para recibir los nuevos conceptos humanistas de vida y arte por sus condiciones espirituales, políticas y económicas, aunque desde el punto de vista de las formas plásticas, su adaptación de las implantadas por Italia fue más lenta por la necesidad de aprender las nuevas técnicas y de cambiar el gusto de la clientela. La escultura refleja quizás mejor que otros campos artísticos este afán de vuelta al mundo clásico grecorromano que exalta en sus desnudos la individualidad del hombre creando un nuevo estilo cuya vitalidad sobrepasa la mera copia. Pronto se empieza a valorar la anatomía, el movimiento de las figuras, las composiciones con sentido de la perspectiva y del equilibrio, el juego naturalista de los pliegues, las actitudes clásicas de las figuras; pero la fuerte tradición gótica mantiene la expresividad como vehículo del profundo sentido espiritualista que informa nuestras mejores esculturas renacentistas. Esta fuerte y sana tradición favorece la continuidad de la escultura religiosa en madera policromada que acepta lo que de belleza formal le ofrece el arte renacentista italiano con un sentido del equilibrio que evita su predominio sobre el contenido inmaterial que anima las formas. En los primeros años de la centuria llegan a nuestras tierras obras italianas y se produce la marcha de algunos de nuestros escultores a Italia, donde aprenden de primera mano las nuevas normas en los centros más progresistas del arte italiano, fuese Florencia o Roma, e incluso en Nápoles. A su vuelta los mejores de ellos como Berruguete, Diego de Siloe y Ordóñez revolucionarán la escultura española a través de la castellana, avanzando incluso la nueva derivación manierista, intelectualizada y abstracta del Cinquecento italiano, casi al tiempo que se produce en Italia. Mártir cristiana del siglo IV, Catalina procedía de una familia noble de Alejandría. Dotada de una gran inteligencia destacó, muy pronto, por sus extensos estudios que la situaron al mismo nivel que los más grandes poetas y filósofos de la época. Una noche se le apareció Cristo y decidió, en ese momento, consagrarle su vida, considerándose, desde entonces, su prometida. Se negó a casarse con el emperador Maximiano, y sostuvo victoriosamente una disputa con cincuenta filósofos enviados por él para demostrarle la inanidad de la fe cristiana. Furioso, Maximiano la condena a ser desgarrada por una rueda provista de puntas. Ésta se rompe milagrosamente, y Catalina muere finalmente decapitada. Su iconografía es amplia, incluyendo la rueda y la espada de su martirio, el libro que simboliza su sabiduría, la palma que alude a la victoria del martirio y el lirio signo de su virginidad. No obstante, uno de los elementos iconográficos más frecuentes en su representación es la cabeza cortada del césar Maximino, que representa alegóricamente el triunfo de la santa sobre el tirano pagano.
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