Escuela castellana; siglo XVII. “San Antonio”. Madera policromada. Presenta faltas en la talla y carcoma avanzada. Medidas: 52 x 27 x 16 cm. San Antonio de Padua o de Lisboa (Lisboa, ca. 1191 a 1195 – Padua, 1231) fue un fraile de la Orden Franciscana, predicador y teólogo, venerado como santo y Doctor de la Iglesia, canonizado un año después de su muerte por el Papa Gregorio IX. Entró en la Orden de los Canónigos Regulares de San Agustín, mudando en el verano de 1220 para hacerse franciscano. De entre sus numerosos milagros y momentos destacados, se han empleado para el arte, sobre todo, algunos como su predicación a los peces, el milagro del marido celoso, el de la mula y la Sagrada Forma, el de la aparición del Niño Jesús, etc. España es, a comienzos del siglo XVI, la nación europea mejor preparada para recibir los nuevos conceptos humanistas de vida y arte por sus condiciones espirituales, políticas y económicas, aunque desde el punto de vista de las formas plásticas, su adaptación de las implantadas por Italia fue más lenta por la necesidad de aprender las nuevas técnicas y de cambiar el gusto de la clientela. La escultura refleja quizás mejor que otros campos artísticos este afán de vuelta al mundo clásico grecorromano que exalta en sus desnudos la individualidad del hombre creando un nuevo estilo cuya vitalidad sobrepasa la mera copia. Pronto se empieza a valorar la anatomía, el movimiento de las figuras, las composiciones con sentido de la perspectiva y del equilibrio, el juego naturalista de los pliegues, las actitudes clásicas de las figuras; pero la fuerte tradición gótica mantiene la expresividad como vehículo del profundo sentido espiritualista que informa nuestras mejores esculturas renacentistas. Esta fuerte y sana tradición favorece la continuidad de la escultura religiosa en madera policromada que acepta lo que de belleza formal le ofrece el arte renacentista italiano con un sentido del equilibrio que evita su predominio sobre el contenido inmaterial que anima las formas. En los primeros años de la centuria llegan a nuestras tierras obras italianas y se produce la marcha de algunos de nuestros escultores a Italia, donde aprenden de primera mano las nuevas normas en los centros más progresistas del arte italiano, fuese Florencia o Roma, e incluso en Nápoles. A su vuelta los mejores de ellos como Berruguete, Diego de Siloe y Ordóñez revolucionarán la escultura española a través de la castellana, avanzando incluso la nueva derivación manierista, intelectualizada y abstracta del Cinquecento italiano, casi al tiempo que se produce en Italia. Este desarrollo de la escultura, y de los profesionales en dicho ámbito, provocara un fuerte poso artístico que recoge el siglo XVII.
Escuela castellana; siglo XVII. “San Antonio”. Madera policromada. Presenta faltas en la talla y carcoma avanzada. Medidas: 52 x 27 x 16 cm. San Antonio de Padua o de Lisboa (Lisboa, ca. 1191 a 1195 – Padua, 1231) fue un fraile de la Orden Franciscana, predicador y teólogo, venerado como santo y Doctor de la Iglesia, canonizado un año después de su muerte por el Papa Gregorio IX. Entró en la Orden de los Canónigos Regulares de San Agustín, mudando en el verano de 1220 para hacerse franciscano. De entre sus numerosos milagros y momentos destacados, se han empleado para el arte, sobre todo, algunos como su predicación a los peces, el milagro del marido celoso, el de la mula y la Sagrada Forma, el de la aparición del Niño Jesús, etc. España es, a comienzos del siglo XVI, la nación europea mejor preparada para recibir los nuevos conceptos humanistas de vida y arte por sus condiciones espirituales, políticas y económicas, aunque desde el punto de vista de las formas plásticas, su adaptación de las implantadas por Italia fue más lenta por la necesidad de aprender las nuevas técnicas y de cambiar el gusto de la clientela. La escultura refleja quizás mejor que otros campos artísticos este afán de vuelta al mundo clásico grecorromano que exalta en sus desnudos la individualidad del hombre creando un nuevo estilo cuya vitalidad sobrepasa la mera copia. Pronto se empieza a valorar la anatomía, el movimiento de las figuras, las composiciones con sentido de la perspectiva y del equilibrio, el juego naturalista de los pliegues, las actitudes clásicas de las figuras; pero la fuerte tradición gótica mantiene la expresividad como vehículo del profundo sentido espiritualista que informa nuestras mejores esculturas renacentistas. Esta fuerte y sana tradición favorece la continuidad de la escultura religiosa en madera policromada que acepta lo que de belleza formal le ofrece el arte renacentista italiano con un sentido del equilibrio que evita su predominio sobre el contenido inmaterial que anima las formas. En los primeros años de la centuria llegan a nuestras tierras obras italianas y se produce la marcha de algunos de nuestros escultores a Italia, donde aprenden de primera mano las nuevas normas en los centros más progresistas del arte italiano, fuese Florencia o Roma, e incluso en Nápoles. A su vuelta los mejores de ellos como Berruguete, Diego de Siloe y Ordóñez revolucionarán la escultura española a través de la castellana, avanzando incluso la nueva derivación manierista, intelectualizada y abstracta del Cinquecento italiano, casi al tiempo que se produce en Italia. Este desarrollo de la escultura, y de los profesionales en dicho ámbito, provocara un fuerte poso artístico que recoge el siglo XVII.
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