Beschreibung:

71 x 32 x 21 cm. Es complicado establecer una filiación concreta para este imponente y delicioso ejemplar de Inmaculada Concepción andaluza que, fechable hacia 1600, parece debatirse entre los últimos resabios del manierismo romanista y un incipiente naturalismo. Por una parte, parecen percibirse algunos estilemas del gran maestro granadino de estos momentos, Pablo de Rojas (1549-1611), de cuya gubia le alejan tanto los rasgos faciales como el tratamiento del cabello, pero a la vez se observan características propias de la escuela sevillana, por lo que bien pudo ser labrada por un escultor establecido en este último foco pero que conociera ambos. La imagen se encuentra repolicromada, probablemente a mediados del siglo XVIII, de ahí los tonos planos que lucen sus prendas. Esta Inmaculada parece preludiar el tipo que se encargarían de popularizar y enriquecer en décadas posteriores Juan Martínez Montañés (1568-1649) –recuerda vivamente su famosa “Cieguecita” de la catedral de Sevilla–, Andrés de Ocampo (h.1555/1560-1623), o Juan de Mesa (1583-1627), entre otros. El anónimo escultor ha concebido una Inmaculada estática, estatismo tan solo roto por el leve giro de la cabeza, el contrapposto que realizan sus piernas, y la disposición circular que adopta el manto. La Virgen figura de pie sobre un trono formado por tres cabezas aladas de serafines y una media luna con las puntas hacia arriba que incide en el carácter apocalíptico de esta representación Adelanta la pierna izquierda, que se marca bajo la túnica, de color blanco y cuya superficie se encuentra facetada por numerosos plegados algodonosos de pliegues profundos de caída vertical, combinados con otros diagonales para dar mayor sensación de naturalismo. Asimismo, viste un aparatoso manto azul con el borde recorrido por una orla dorada y decorada con pequeños motivos botánicos y geométricos. Dirige su cándida mirada hacia el suelo, como observando a los que se acercan a orarla. Dispone las manos orantes a la altura del pecho, las tiene casi unidas pero no del todo. Son dedos proporcionados, perfectamente detallados, lo que revela la gubia de un buen maestro, como también lo revela la excelente factura del rostro, enmarcado por largos cabellos, que vienen a incidir en la virginidad y juventud de María, de mechones curvos muy elaborados y detallistas que recuerdan soluciones sevillanas. El rostro presenta ojos de cristal, cejas y pestañas pintadas en la propia madera, nariz aguileña y boca cerrada con las comisuras remarcadas. En la parte superior de la cabeza lleva incrustada una varilla horizontal metálica que nos indica que en otro tiempo la Virgen portó una corona que la terminaba de acreditar como Reina de los Cielos. Agradecemos a D. Javier Baladrón, doctor en Historia del Arte, por la catalogación de esta obra.