Relieve con personaje masculino sujetando una liebre o conejo. Roma, s.I-II d.C. Mármol. Procedencia: colección particular, Kenneth Worcester Dow, St.Augustine, Florida (EUA), adquirido en la década 1940. Conservación: buen estado, sin restauraciones. Medidas: 54 cm. alt. Fragmento de relieve con representación masculina, de gran calidad artística. Un efebo desnudo sostiene una liebre en su mano derecha. Es notable en este relieve la influencia del arte helenístico, en los armónicos cánones del joven y en el pliegue naturalista del paño. En mosaicos y relieves de la época imperial fue frecuente la representación de la caza de la liebre, con lebreles, o bien, el momento posterior, con la pieza de la caza en mano. En cualquier caso, se trataba de realzar actividades cotidianas y, al mismo tiempo, aludir a la abundancia brindada por la naturaleza. Los romanos aportaron dos importantes novedades al mundo de la escultura: el retrato y el relieve histórico, ninguno de los cuales existía en el mundo griego. Sin embargo, siguieron los modelos griegos para gran parte de su producción escultórica, base que en Roma se conjugará con la tradición etrusca. Tras los primeros contactos con la Grecia del clasicismo a través de las colonias de la Magna Grecia, los romanos conquistan Siracusa en el 212 a.C., una rica e importante colonia griega situada en Sicilia, adornada con gran número de obras helenísticas. La ciudad fue saqueada y sus tesoros artísticos llevados a Roma, donde el nuevo estilo de estas obras sustituyó pronto a la tradición etrusco-romana imperante hasta el momento. Poco después, en el 133 a.C., el Imperio recibió en herencia el reino de Pérgamo, donde existía una original y pujante escuela de escultura helenística. El enorme Altar de Pérgamo, el “Galo suicidándose” o el dramático grupo “Laocoonte y sus hijos” fueron tres de las creaciones clave de esta escuela helenística. Por otro lado, después de que Grecia fuera conquistada en el 146 a.C. la mayoría de artistas griegos se establecieron en Roma, y muchos de ellos se dedicaron a realizar copias de esculturas griegas, muy de moda entonces en la capital del Imperio. Así, se produjeron numerosas copias de Praxiteles, Lisipo y obras clásicas del siglo V a.C., dando lugar a la escuela neoática de Roma, el primer movimiento neoclásico de la Historia del Arte. No obstante, entre finales del siglo II a.C. y el principio del I a.C. se produjo un cambio en esta tendencia purista griega, que culminó en la creación de una escuela nacional de escultura en Roma, de la que surgieron obras como el Altar de Aenobarbus, que introducen ya un concepto narrativo típicamente romano, que se convertirá en crónica de la vida cotidiana y, a la vez, del éxito de su modelo político. Esta escuela será la precursora del gran arte imperial de Augusto, en cuyo mandato Roma se convirtió en la ciudad más influyente del Imperio y también el nuevo centro de la cultura helenística, como lo habían sido antes Pérgamo y Alejandría, atrayendo a un gran número de artistas y artesanos griegos. En la era Augusta Roma contribuye a la continuidad y renovación de una tradición que ya contaba con un prestigio de siglos, y que había dictado el carácter de todo el arte de la zona. En esta nueva etapa la estética y la técnica griegas se aplicarán a la temática propia de esta nueva Roma. Tras la idealización de la época de Augusto, el realismo de la era de los Flavios y el posterior barroquismo de los siglos II y III, la escultura romana, marcada p
Relieve con personaje masculino sujetando una liebre o conejo. Roma, s.I-II d.C. Mármol. Procedencia: colección particular, Kenneth Worcester Dow, St.Augustine, Florida (EUA), adquirido en la década 1940. Conservación: buen estado, sin restauraciones. Medidas: 54 cm. alt. Fragmento de relieve con representación masculina, de gran calidad artística. Un efebo desnudo sostiene una liebre en su mano derecha. Es notable en este relieve la influencia del arte helenístico, en los armónicos cánones del joven y en el pliegue naturalista del paño. En mosaicos y relieves de la época imperial fue frecuente la representación de la caza de la liebre, con lebreles, o bien, el momento posterior, con la pieza de la caza en mano. En cualquier caso, se trataba de realzar actividades cotidianas y, al mismo tiempo, aludir a la abundancia brindada por la naturaleza. Los romanos aportaron dos importantes novedades al mundo de la escultura: el retrato y el relieve histórico, ninguno de los cuales existía en el mundo griego. Sin embargo, siguieron los modelos griegos para gran parte de su producción escultórica, base que en Roma se conjugará con la tradición etrusca. Tras los primeros contactos con la Grecia del clasicismo a través de las colonias de la Magna Grecia, los romanos conquistan Siracusa en el 212 a.C., una rica e importante colonia griega situada en Sicilia, adornada con gran número de obras helenísticas. La ciudad fue saqueada y sus tesoros artísticos llevados a Roma, donde el nuevo estilo de estas obras sustituyó pronto a la tradición etrusco-romana imperante hasta el momento. Poco después, en el 133 a.C., el Imperio recibió en herencia el reino de Pérgamo, donde existía una original y pujante escuela de escultura helenística. El enorme Altar de Pérgamo, el “Galo suicidándose” o el dramático grupo “Laocoonte y sus hijos” fueron tres de las creaciones clave de esta escuela helenística. Por otro lado, después de que Grecia fuera conquistada en el 146 a.C. la mayoría de artistas griegos se establecieron en Roma, y muchos de ellos se dedicaron a realizar copias de esculturas griegas, muy de moda entonces en la capital del Imperio. Así, se produjeron numerosas copias de Praxiteles, Lisipo y obras clásicas del siglo V a.C., dando lugar a la escuela neoática de Roma, el primer movimiento neoclásico de la Historia del Arte. No obstante, entre finales del siglo II a.C. y el principio del I a.C. se produjo un cambio en esta tendencia purista griega, que culminó en la creación de una escuela nacional de escultura en Roma, de la que surgieron obras como el Altar de Aenobarbus, que introducen ya un concepto narrativo típicamente romano, que se convertirá en crónica de la vida cotidiana y, a la vez, del éxito de su modelo político. Esta escuela será la precursora del gran arte imperial de Augusto, en cuyo mandato Roma se convirtió en la ciudad más influyente del Imperio y también el nuevo centro de la cultura helenística, como lo habían sido antes Pérgamo y Alejandría, atrayendo a un gran número de artistas y artesanos griegos. En la era Augusta Roma contribuye a la continuidad y renovación de una tradición que ya contaba con un prestigio de siglos, y que había dictado el carácter de todo el arte de la zona. En esta nueva etapa la estética y la técnica griegas se aplicarán a la temática propia de esta nueva Roma. Tras la idealización de la época de Augusto, el realismo de la era de los Flavios y el posterior barroquismo de los siglos II y III, la escultura romana, marcada p
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