MARIANO NANI (Nápoles, 1725-Madrid, 1804). “Bodegón de caza”. Óleo sobre lienzo. Leves repintes (en torno a un 10%). Obra reproducida en “Die Genrebilder der Madrider Teppichmanufaktur und die Anfänge Goyas”, Berlín, reproducido en la página 177 y catalogado con el número 342. Medidas: 68 x 198 cm; 94 x 224 cm (marco). Hijo y discípulo del también pintor Giacomo Nani, Mariano Nani fue un artista especializado en la pintura de bodegones de caza. Hacia 1755 comenzó a trabajar como su padre en la real fábrica de porcelanas de Capodimonte. Se trasladó a España en 1759 en el séquito de Carlos III. Instalado en Madrid, colaboró con sus diseños en la creación de la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro sin abandonar la pintura de bodegones y miniaturas, técnica que enseñó a sus alumnos, José de la Torre y Manuel Sorrentini. En 1764 se convirtió en miembro de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. A partir de 1775 y por mediación de Anton Raphael Mengs proporcionó también cartones para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara. En el desarrollo de esta actividad realizó algunos de los modelos que iban a decorar los palacios de El Pardo y Aranjuez. Su estilo defiende los bodegones de caza no exentos de dramatismo, con presas grandes, como ciervos y jabalíes, o pequeñas como conejos o liebres. Sus composiciones, influenciadas por las de los Países Bajos, tienden a la representación naturalista, transmitida a través de una técnica preciosista y suave, de tonalidades equilibradas. Actualmente se conservan obras suyas en importantes pinacotecas del país, destacando el Museo del Prado. Muy apreciada dentro del mercado del anticuariado, así como entre los coleccionistas y los historiadores del arte, la escuela bodegonista napolitana del barroco gozó de un espectacular desarrollo, dejando atrás los fastos del siglo XVI y progresando dentro de un estilo plenamente barroco y claramente identificable. Artistas como Tommaso Realfonso, Nicola Casissa, Gaspare López, Giacomo Nani y Baldassare de Caro continuaron la tradición local especializándose en la pintura de flores, frutas, peces y piezas de caza, satisfaciendo así la demanda de una vasta clientela caracterizada por un nuevo gusto propio del siglo XVII. A estos autores hay que añadir asimismo las figuras menores, que lentamente van emergiendo de un injusto olvido, y algunos artistas que trabajaron a caballo entre los siglos XVII y XVIII, como Francesco della Questa, Aniello Ascione, Nicola Malinconico, Gaetano Cusati, Onofrio Loth, Elena y Nicola Maria Recco, Giuseppe Ruoppolo y Andrea Belvedere. Estos pintores napolitanos de naturalezas muertas, que trabajaron durante el siglo XVII y principios del XVIII, son llamados “i generisti”, y tuvieron importancia no sólo dentro de su propio entorno sino también, y especialmente, en España, donde el desarrollo del género estuvo claramente marcado por la influencia italiana, en concreto por la aportación de la escuela napolitana. Actualmente esta escuela es considerada una de las más destacadas dentro de la naturaleza muerta del barroco. El signo distintivo de los pintores napolitanos del barroco fue siempre su fuerte carácter naturalista y su cálido cromatismo, con dominio de los rojizos y terrosos.
MARIANO NANI (Nápoles, 1725-Madrid, 1804). “Bodegón de caza”. Óleo sobre lienzo. Leves repintes (en torno a un 10%). Obra reproducida en “Die Genrebilder der Madrider Teppichmanufaktur und die Anfänge Goyas”, Berlín, reproducido en la página 177 y catalogado con el número 342. Medidas: 68 x 198 cm; 94 x 224 cm (marco). Hijo y discípulo del también pintor Giacomo Nani, Mariano Nani fue un artista especializado en la pintura de bodegones de caza. Hacia 1755 comenzó a trabajar como su padre en la real fábrica de porcelanas de Capodimonte. Se trasladó a España en 1759 en el séquito de Carlos III. Instalado en Madrid, colaboró con sus diseños en la creación de la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro sin abandonar la pintura de bodegones y miniaturas, técnica que enseñó a sus alumnos, José de la Torre y Manuel Sorrentini. En 1764 se convirtió en miembro de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. A partir de 1775 y por mediación de Anton Raphael Mengs proporcionó también cartones para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara. En el desarrollo de esta actividad realizó algunos de los modelos que iban a decorar los palacios de El Pardo y Aranjuez. Su estilo defiende los bodegones de caza no exentos de dramatismo, con presas grandes, como ciervos y jabalíes, o pequeñas como conejos o liebres. Sus composiciones, influenciadas por las de los Países Bajos, tienden a la representación naturalista, transmitida a través de una técnica preciosista y suave, de tonalidades equilibradas. Actualmente se conservan obras suyas en importantes pinacotecas del país, destacando el Museo del Prado. Muy apreciada dentro del mercado del anticuariado, así como entre los coleccionistas y los historiadores del arte, la escuela bodegonista napolitana del barroco gozó de un espectacular desarrollo, dejando atrás los fastos del siglo XVI y progresando dentro de un estilo plenamente barroco y claramente identificable. Artistas como Tommaso Realfonso, Nicola Casissa, Gaspare López, Giacomo Nani y Baldassare de Caro continuaron la tradición local especializándose en la pintura de flores, frutas, peces y piezas de caza, satisfaciendo así la demanda de una vasta clientela caracterizada por un nuevo gusto propio del siglo XVII. A estos autores hay que añadir asimismo las figuras menores, que lentamente van emergiendo de un injusto olvido, y algunos artistas que trabajaron a caballo entre los siglos XVII y XVIII, como Francesco della Questa, Aniello Ascione, Nicola Malinconico, Gaetano Cusati, Onofrio Loth, Elena y Nicola Maria Recco, Giuseppe Ruoppolo y Andrea Belvedere. Estos pintores napolitanos de naturalezas muertas, que trabajaron durante el siglo XVII y principios del XVIII, son llamados “i generisti”, y tuvieron importancia no sólo dentro de su propio entorno sino también, y especialmente, en España, donde el desarrollo del género estuvo claramente marcado por la influencia italiana, en concreto por la aportación de la escuela napolitana. Actualmente esta escuela es considerada una de las más destacadas dentro de la naturaleza muerta del barroco. El signo distintivo de los pintores napolitanos del barroco fue siempre su fuerte carácter naturalista y su cálido cromatismo, con dominio de los rojizos y terrosos.
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