Maestro napolitano; mediados del siglo XVII. "Pala de Altar con Madonna con el Niño coronada, San Agustín y Santa Clara". Óleo sobre lienzo. Reentelado. Medidas: 336 x 208 cm. En esta obra se representa a María en el centro, funcionando como eje de simetría, siendo coronada por dos angelitos que se disponen en la zona superior de la composición, a la derecha, recordando en gran medida al modelo de una virgen devota en Nápoles, Madonna de lla purita. Sobre la corona que colocan por encima de su cabeza varias cabezas de ángeles observan la escena atentamente, composición, estrictamente simétrica sin perder naturalismo ni un cierto dinamismo contenido que revela el gusto barroco, se completa con la presencia de San Agustín y Santa Clara situados a los lados de la Virgen, dos personajes en segundo plano que apenas se aprecian, y varios ángeles, dos de ellos tocando instrumentos en honor a María similares a los que se encuentran en la iglesia de santa Maria della Sanita de Napoles. . Al tratarse de una obra barroca, el artista ha dejado atrás la conceptualización del siglo anterior, optando así por un mayor naturalismo, y de ahí que el espacio quede definido no por un fondo dorado de Gloria, sino por uno de aspecto más realista donde se presenta cúmulos de nubes. También la iluminación es propiamente barroca: una luz efectista, fantasiosa y artificial, que multiplica sus focos y crea delicados matices que modelan los volúmenes, y profundas sombras que sirven para destacar la posición central de María. La obra destaca por la delicadeza de los destalles, la cual se aprecia en las calidades de las telas que visten todos los personajes y en la ornamentación, como por ejemplo el sagrario que sostiene Santa Clara. La profunda influencia del barroco naturalista en la escuela napolitana se debe a la presencia del propio Caravaggio, quien permaneció en Nápoles entre 1606 y 1607 y, poco después, entre 1609 y 1610. Su influencia directa precipitó el cambio estilístico, y llevó a los pintores de esta escuela a dejar atrás el tardomanierismo imperante en esos años. La obra de referencia fue “Las siete obras de misericordia”, que Caravaggio pintó en 1607 para el altar mayor de la iglesia del Monte Bella Misericordia. El nuevo lenguaje fue reafirmado en Nápoles con la llegada en 1616 del valenciano Jusepe de Ribera. Dotado de una certera sensibilidad y de una cruda interpretación de la realidad que roza la agresividad, Ribera rompió con su pincelada pastosa y expresiva el idealismo formal que dominaba en la época, jugando un papel decisivo en la difusión del naturalismo tanto en Nápoles como en Sicilia. Otro importante renovador, de los primeros en seguir a Caravaggio, fue Giovanni Battista Caracciolo, quien pintó una obra para la misma iglesia del Monte Bella Misericordia. El caravaggismo napolitano partirá pues de Caracciolo y de Ribera, y se verá reforzado por la presencia de la obra de Caravaggio y por la llegada, en 1630, de Artemisa Gentileschi, por lo que gozó de un desarrollo muy largo en el tiempo, si bien totalmente autónomo. Gentileschi abrió la vía hacia un caravaggismo más incisivo y tenebroso, que por las mismas fechas se conjugará con la introducción en Nápoles de las novedades del clasicismo romano-boloñés, a través de la presencia de Reni, Domenichino y Lanfranco.
Maestro napolitano; mediados del siglo XVII. "Pala de Altar con Madonna con el Niño coronada, San Agustín y Santa Clara". Óleo sobre lienzo. Reentelado. Medidas: 336 x 208 cm. En esta obra se representa a María en el centro, funcionando como eje de simetría, siendo coronada por dos angelitos que se disponen en la zona superior de la composición, a la derecha, recordando en gran medida al modelo de una virgen devota en Nápoles, Madonna de lla purita. Sobre la corona que colocan por encima de su cabeza varias cabezas de ángeles observan la escena atentamente, composición, estrictamente simétrica sin perder naturalismo ni un cierto dinamismo contenido que revela el gusto barroco, se completa con la presencia de San Agustín y Santa Clara situados a los lados de la Virgen, dos personajes en segundo plano que apenas se aprecian, y varios ángeles, dos de ellos tocando instrumentos en honor a María similares a los que se encuentran en la iglesia de santa Maria della Sanita de Napoles. . Al tratarse de una obra barroca, el artista ha dejado atrás la conceptualización del siglo anterior, optando así por un mayor naturalismo, y de ahí que el espacio quede definido no por un fondo dorado de Gloria, sino por uno de aspecto más realista donde se presenta cúmulos de nubes. También la iluminación es propiamente barroca: una luz efectista, fantasiosa y artificial, que multiplica sus focos y crea delicados matices que modelan los volúmenes, y profundas sombras que sirven para destacar la posición central de María. La obra destaca por la delicadeza de los destalles, la cual se aprecia en las calidades de las telas que visten todos los personajes y en la ornamentación, como por ejemplo el sagrario que sostiene Santa Clara. La profunda influencia del barroco naturalista en la escuela napolitana se debe a la presencia del propio Caravaggio, quien permaneció en Nápoles entre 1606 y 1607 y, poco después, entre 1609 y 1610. Su influencia directa precipitó el cambio estilístico, y llevó a los pintores de esta escuela a dejar atrás el tardomanierismo imperante en esos años. La obra de referencia fue “Las siete obras de misericordia”, que Caravaggio pintó en 1607 para el altar mayor de la iglesia del Monte Bella Misericordia. El nuevo lenguaje fue reafirmado en Nápoles con la llegada en 1616 del valenciano Jusepe de Ribera. Dotado de una certera sensibilidad y de una cruda interpretación de la realidad que roza la agresividad, Ribera rompió con su pincelada pastosa y expresiva el idealismo formal que dominaba en la época, jugando un papel decisivo en la difusión del naturalismo tanto en Nápoles como en Sicilia. Otro importante renovador, de los primeros en seguir a Caravaggio, fue Giovanni Battista Caracciolo, quien pintó una obra para la misma iglesia del Monte Bella Misericordia. El caravaggismo napolitano partirá pues de Caracciolo y de Ribera, y se verá reforzado por la presencia de la obra de Caravaggio y por la llegada, en 1630, de Artemisa Gentileschi, por lo que gozó de un desarrollo muy largo en el tiempo, si bien totalmente autónomo. Gentileschi abrió la vía hacia un caravaggismo más incisivo y tenebroso, que por las mismas fechas se conjugará con la introducción en Nápoles de las novedades del clasicismo romano-boloñés, a través de la presencia de Reni, Domenichino y Lanfranco.
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