Escuela italiana, siglo XVII. “Virgen con el Niño”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Conserva marco de época. Medidas: 73 x 71 cm; 101 x 90 cm (marco). Esta obra se inscribe dentro del manierismo florentino, en pleno siglo XVI, y presenta características derivadas de dos de los grandes nombres fundacionales de la escuela italiana del siglo XVI, Leonardo y Rafael. Los rostros evidencian un tratamiento ideal típicamente enardezco, y de hecho se muestran muy cercanos a los propios modelos del maestro. A nivel compositivo, en cambio, la evidente influencia de Rafael domina por completo la imagen. No sólo la composición piramidal, sólida y clásica, bien asentada, con la Virgen en primer término, sino también detalles como la vestimenta, las arrugas de las mangas de la Virgen. Estamos pues ante una obra perfectamente enmarcada dentro de la escuela florentina, alejada del manierismo romano determinado por Miguel Ángel y por las eclécticas influencias que llegaban de todas partes a la capital italiana, y también distante de la crisis religiosa y de la decadencia de los ideales de la Antigüedad que dominaron el panorama en Roma. En Florencia, el manierismo quedará determinado en sus inicios por la figura de Andrea del Sarto, por sus obras de vibrante y variado colorido, sus espacios claramente definidos, sus figuras proporcionadas y la compleja composición de sus figuras. Entre sus discípulos destacarán Jacopo da Pontormo y Rosso Florentino, ambos activos en la primera mitad del siglo XVI. En la “Deposición” pintada por Pontormo para la iglesia de Santa Felicita vemos estos mismos tonos intensos y una similar coreografía que organiza rítmicamente a los muchos personajes de la obra, recursos puestos al servicio de la intensidad emocional, perfectamente equilibrada con un elegancia sublime, totalmente única. Otro importante representante del manierismo florentino de este momento será Bachiacca, quien desarrolló un lenguaje ecléctico que combinaba las influencias manieristas con rasgos aprendidos de artistas nórdicos como Durero o Lucas de Leyden y con convenciones renacentistas del siglo anterior. A mediados del siglo, hacia 1640, encontramos a un discípulo de Pontormo dominando el panorama de Florencia: Agnolo Bronzino, pintor de corte de Cosme de Médici. Su obra se caracterizará por una extraordinaria maestría técnica, combinada con atmósferas de dignidad aristocrática, sofisticadas y atemporales en su idealización. Respecto a la iconografía, el tema de la Virgen representada con el Niño Jesús, y más concretamente con éste en su regazo, sentado o de pie, tiene su origen en las religiones orientales de la Antigüedad, en imágenes como la de Isis con su hijo Horus, pero la referencia más directa es la de la Virgen como “Sedes Sapientiae”, o trono de Dios, en el arte cristiano medieval. Poco a poco, con el avance del naturalismo, la Virgen pasará de ser un simple “trono” del Niño a revelar una relación de afecto, a partir del periodo gótico. Desde entonces las figuras irán adquiriendo movimiento, acercándose la una a la otra, y finalmente desaparecerá el concepto de trono y con él el papel secundario de la Virgen. De este modo, la imagen se convertirá en ejemplo del amor entre María y su Hijo, una imagen de ternura, cercana, pensada para conmover el ánimo del fiel.
Escuela italiana, siglo XVII. “Virgen con el Niño”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Conserva marco de época. Medidas: 73 x 71 cm; 101 x 90 cm (marco). Esta obra se inscribe dentro del manierismo florentino, en pleno siglo XVI, y presenta características derivadas de dos de los grandes nombres fundacionales de la escuela italiana del siglo XVI, Leonardo y Rafael. Los rostros evidencian un tratamiento ideal típicamente enardezco, y de hecho se muestran muy cercanos a los propios modelos del maestro. A nivel compositivo, en cambio, la evidente influencia de Rafael domina por completo la imagen. No sólo la composición piramidal, sólida y clásica, bien asentada, con la Virgen en primer término, sino también detalles como la vestimenta, las arrugas de las mangas de la Virgen. Estamos pues ante una obra perfectamente enmarcada dentro de la escuela florentina, alejada del manierismo romano determinado por Miguel Ángel y por las eclécticas influencias que llegaban de todas partes a la capital italiana, y también distante de la crisis religiosa y de la decadencia de los ideales de la Antigüedad que dominaron el panorama en Roma. En Florencia, el manierismo quedará determinado en sus inicios por la figura de Andrea del Sarto, por sus obras de vibrante y variado colorido, sus espacios claramente definidos, sus figuras proporcionadas y la compleja composición de sus figuras. Entre sus discípulos destacarán Jacopo da Pontormo y Rosso Florentino, ambos activos en la primera mitad del siglo XVI. En la “Deposición” pintada por Pontormo para la iglesia de Santa Felicita vemos estos mismos tonos intensos y una similar coreografía que organiza rítmicamente a los muchos personajes de la obra, recursos puestos al servicio de la intensidad emocional, perfectamente equilibrada con un elegancia sublime, totalmente única. Otro importante representante del manierismo florentino de este momento será Bachiacca, quien desarrolló un lenguaje ecléctico que combinaba las influencias manieristas con rasgos aprendidos de artistas nórdicos como Durero o Lucas de Leyden y con convenciones renacentistas del siglo anterior. A mediados del siglo, hacia 1640, encontramos a un discípulo de Pontormo dominando el panorama de Florencia: Agnolo Bronzino, pintor de corte de Cosme de Médici. Su obra se caracterizará por una extraordinaria maestría técnica, combinada con atmósferas de dignidad aristocrática, sofisticadas y atemporales en su idealización. Respecto a la iconografía, el tema de la Virgen representada con el Niño Jesús, y más concretamente con éste en su regazo, sentado o de pie, tiene su origen en las religiones orientales de la Antigüedad, en imágenes como la de Isis con su hijo Horus, pero la referencia más directa es la de la Virgen como “Sedes Sapientiae”, o trono de Dios, en el arte cristiano medieval. Poco a poco, con el avance del naturalismo, la Virgen pasará de ser un simple “trono” del Niño a revelar una relación de afecto, a partir del periodo gótico. Desde entonces las figuras irán adquiriendo movimiento, acercándose la una a la otra, y finalmente desaparecerá el concepto de trono y con él el papel secundario de la Virgen. De este modo, la imagen se convertirá en ejemplo del amor entre María y su Hijo, una imagen de ternura, cercana, pensada para conmover el ánimo del fiel.
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