Beschreibung:

Es­cue­la es­pa­ño­la, s.​XVII. "Cena en casa de Simón el fa­ri­seo". Des­pués de Pedro Pablo RU­BENS (1577-1640). Óleo sobre cobre. Me­di­das: 40 x 54 cm.; 46 x 60 cm.(marco). Ru­bens pintó el óleo en el que se basa este cobre hacia 1618. Fue una pin­tu­ra muy co­pia­da en la época: en el Museo del Prado se con­ver­sa la ver­sión que reali­zó Pie­ter Van Lint, tam­bién en cobre. El cobre que nos ocupa pre­sen­ta una gran fi­de­li­dad al ori­gi­nal, re­pro­du­cien­do cada uno de los per­so­na­jes, así como en el em­pleo de una pa­le­ta con­tras­ta­da. La es­ce­na, re­co­gi­da de los Evan­ge­lios, narra el mo­men­to en que María her­ma­na de Lá­za­ro ungió con su per­fu­me los pies de Jesús y des­pués los secó con sus ca­be­llos. A me­nu­do, la tra­di­ción pic­tó­ri­ca ha re­pre­sen­ta­do al per­so­na­je fe­me­nino con una larga me­le­na rubia y una sen­sual fi­gu­ra, que han lle­va­do a con­fun­dir el per­so­na­je de María con la Mag­da­le­na pe­ca­do­ra. La pin­tu­ra que aquí mos­tra­mos se ads­cri­be a esta tra­di­ción, en­ri­que­cien­do con ello la po­si­bi­li­dad de lec­tu­ras de este tema bí­bli­co. Ella, con el busto des­cu­bier­to y un in­ten­so arro­bo en el sem­blan­te, no atien­de a lo que Cris­to trata de de­cir­le, con ac­ti­tud ges­ti­cu­lan­te. El resto de per­so­na­jes, reuni­dos en torno a la mesa, se ob­ser­van entre sí y miran a Jesús algo atur­di­dos, es­ta­ble­cién­do­se sig­ni­fi­ca­ti­vos diá­lo­gos si­len­cio­sos entre ellos. La ar­qui­tec­tu­ra se li­mi­ta a una de­mar­ca­ción es­pa­cial, abier­ta hacia un fondo de ce­la­je. Es­ta­mos ante una obra fiel a la ri­que­za na­rra­ti­va de la pin­tu­ra de Ru­bens, con su va­rie­dad de ac­ti­tu­des y ade­ma­nes, cap­ta­dos con na­tu­ra­lis­mo, así como en la plas­ti­ci­dad de los dra­pea­dos. El acon­te­ci­mien­to tuvo lugar en el co­me­dor de la casa de Simón (el fa­ri­seo según unos, el le­pro­so según otros), en el que va­rios per­so­na­jes se si­túan al­re­de­dor de una mesa pre­si­di­da por Cris­to. Según las es­cri­tu­ras, mien­tras ce­na­ban, María her­ma­na de Lá­za­ro, tomó una libra de per­fu­me de nardo de gran valor y ungió los pies de Jesús, los en­ju­gó y el aroma del per­fu­me llenó toda la casa. Al verlo, al­gu­nos dis­cí­pu­los cri­ti­can el dis­pen­dio de la mujer por el alto pre­cio del per­fu­me de­rra­ma­do. La un­ción con­sis­te fun­da­men­tal­men­te en de­rra­mar sobre el cuer­po de Cris­to sus­tan­cias aro­má­ti­cas que apa­re­cen des­cri­tas en las fuen­tes de ma­ne­ra ge­né­ri­ca como acei­tes, per­fu­mes o ungüentos.