Escuela andaluza; segunda mitad del siglo XVII. “La visión de San Francisco Javier”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Medidas: 62,5 x 46 cm. Llamado “el apóstol de las Indias”, san Francisco Javier fue un religioso y misionero navarro de la Compañía de Jesús, que vivió en el siglo XVI y fue canonizado en 1622. Se convirtió en modelo a seguir como misionero en tierra pagana (desarrolló su labor en China, India y Japón), lo que ha dado lugar a una muy abundante obra que trata de su figura. Tradicionalmente se representa a este santo con el hábito de su congregación, de color negro, o bien con sotana y roquete blanco, y alzando una cruz en su mano izquierda. En este caso, el cayado alude a su labor evangelizadora, que le llevó a recorrer Asia. El siglo XVII supone en la escuela andaluza la llegada del barroco, con el triunfo del naturalismo frente al idealismo manierista, una factura suelta y otras muchas libertades estéticas. En este momento la escuela alcanza su mayor esplendor, tanto por la calidad de las obras como por el rango primordial de la pintura barroca hispalense. Así, durante la transición al barroco encontramos a Juan del Castillo, Antonio Mohedano y Francisco Herrera el Viejo, en cuyas obras se manifiesta ya la pincelada rápida y el crudo realismo del estilo, y Juan de Roelas, introductor del colorismo veneciano. A mediados de la centuria se produce la plenitud del periodo, con figuras como Zurbarán, un joven Alonso Cano y Velázquez. Finalmente, en el último tercio del siglo encontramos a Murillo y Valdés Leal, fundadores en 1660 de una Academia donde se formarán muchos de los pintores activos durante el primer cuarto del siglo XVIII, como es el caso de Meneses Osorio, Sebastián Gómez, Lucas Valdés y otros.
Escuela andaluza; segunda mitad del siglo XVII. “La visión de San Francisco Javier”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Medidas: 62,5 x 46 cm. Llamado “el apóstol de las Indias”, san Francisco Javier fue un religioso y misionero navarro de la Compañía de Jesús, que vivió en el siglo XVI y fue canonizado en 1622. Se convirtió en modelo a seguir como misionero en tierra pagana (desarrolló su labor en China, India y Japón), lo que ha dado lugar a una muy abundante obra que trata de su figura. Tradicionalmente se representa a este santo con el hábito de su congregación, de color negro, o bien con sotana y roquete blanco, y alzando una cruz en su mano izquierda. En este caso, el cayado alude a su labor evangelizadora, que le llevó a recorrer Asia. El siglo XVII supone en la escuela andaluza la llegada del barroco, con el triunfo del naturalismo frente al idealismo manierista, una factura suelta y otras muchas libertades estéticas. En este momento la escuela alcanza su mayor esplendor, tanto por la calidad de las obras como por el rango primordial de la pintura barroca hispalense. Así, durante la transición al barroco encontramos a Juan del Castillo, Antonio Mohedano y Francisco Herrera el Viejo, en cuyas obras se manifiesta ya la pincelada rápida y el crudo realismo del estilo, y Juan de Roelas, introductor del colorismo veneciano. A mediados de la centuria se produce la plenitud del periodo, con figuras como Zurbarán, un joven Alonso Cano y Velázquez. Finalmente, en el último tercio del siglo encontramos a Murillo y Valdés Leal, fundadores en 1660 de una Academia donde se formarán muchos de los pintores activos durante el primer cuarto del siglo XVIII, como es el caso de Meneses Osorio, Sebastián Gómez, Lucas Valdés y otros.
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